R P N U N Y E Z
D O C U M E N T A R Y P H O T O G R A P H Y
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TINDUF : UNA CÁRCEL SIN BARROTES [ 1996 ]
Apenas una décima de segundo de la vida en los CAMPAMENTOS DE REFUGIADOS DE TINDUF situados en el inhóspito noroeste sahariano cerca de la ciudad argelina homónima.
Allí sobreviven en la actualidad cerca de 180.000 saharauis expulsados de sus tierras y forzados al exilio desde que en 1975 Marruecos comenzara la ocupación de la antigua colonia española, primero de forma pacífica mediante La Marcha Verde (5/11/1975) e inmediatamente después mediante la ocupación militar de una de las ciudades santas de sus pobladores naturales Smara (27/11/1975) ,hecho que constituía el comienzo de un conflicto bélico de desgaste que duró hasta el 6 de Septiembre de 1991 fecha en la que se firmó el Plan de Paz y el alto el fuego.
Allí han sobrevivido también, hasta noviembre del 95, (algunos aún lo hacen) cientos de marroquíes capturados por el POLISARIO a lo largo de los casi 16 años de conflicto bélico.
Son los llamados “PRISIONEROS DE GUERRA LIBERADOS” que, después de haber pasado hasta veinte años en las cárceles del POLISARIO y haber sido liberados por sus captores en 1989 como gesto de buena voluntad, no fueron reconocidos por su propio país, Marruecos, pues su regreso como “prisioneros de guerra” implicaba la aceptación del hecho del “FRENTE POLISARIO” como gobierno legítimo de los saharauis.
Unos y otros - saharauis y presos marroquíes - víctimas de un largo y cruel juego de intereses económicos y estratégicos, intercambian sus roles de carcelero/prisionero en un clima de desazón e impotencia y en un entorno agresivo insultantemente infinito:UNA CÁRCEL SIN BARROTES .
SANTA APOLONIA O LA DESIGUALDAD DE CLAUSIUS [ 2007 ]
En 2004 me interesé por el sabor del rico pasado colonial de Lisboa donde caboverdianos, angoleños, mozambiqueños y europeos conviven con aparente normalidad y con un envidiable nivel de integración social. En el verano de ese mismo año realicé el reportaje, pero de vuelta, ya en el cuarto oscuro, supe de inmediato que volvería a LISBOA
Normalmente, los proyectos fotográficos los concibo con antelación a toda la infraestructura que los desarrolla; en esta ocasión fueron las circunstancias las que interfirieron para dar un nuevo sentido al proyecto.
“El fluir de las cosas” quiso que imaginara ese segundo viaje durante tres largos años demorándolo hasta agosto del 2007, y “el fluir de las cosas” quiso que al poco tiempo de mi llegada a LISBOA me encontrara, literalmente, tirado en el suelo del vestíbulo principal de la estación de ferrocarriles SANTA APOLONIA con el tobillo destrozado y el pie derecho escayolado.
Alimentado por una extraña mezcla de dolor físico y de frustración, sentí en mis propias carnes que, por milmillonésima vez, había sido ejecutada una ley universal tan implacable como ignorada por nuestra cultura: todo tiende a la destrucción y al desorden: la vida representa un nivel de organización tan insultante para el caos universal, que nacer es empezar a deteriorarse para finalmente morir, por lo que nuestra existencia no es más que un mero tránsito ¿hacia…?
Tirado en el vestíbulo, me aferré a la cámara, me acoplé instintivamente a ella ; mi punto de vista había cambiado y no sólo espacialmente : su visor ya no me mostraba ni integración, ni marginalidad, ni metrópolis ni añorados sabores coloniales, sólo personas que, ajenas a las leyes superiores que las controlan , pasan sus vidas jugando, soñando, planificando, buscando, observando, deambulando, migrando... ignorantes de que el futuro sólo existe en su imaginación y que de una manera u otra, imperceptible o trágica, antes o después esa ley omnipotente, la Desigualdad de Clausius, acabará imponiéndose inmisericorde.
Me resulta curioso observar cómo todo el proyecto ha quedado impregnado por este espíritu, reinterpretando incluso, instantes captados en el primer viaje, algo así como si se hubiera producido un cambio de perspectiva con efectos retroactivos. Es éste , otro de los aspectos mágicos de la fotografía que me mantienen fiel a ella.
EL SUEÑO DE FIDEL [ 2009 ]
Es difícil que el complejo personaje de Fidel Castro, amado y odiado a partes iguales, deje indiferente. Respecto a él se han hecho multitud de afirmaciones pero pocas tan incuestionables como el hecho de que durante 50 años varios millones de personas individuales, sumadas una a una, han nacido, crecido, pensado, vivido e incluso muerto conforme a su personalísima manera de entender el mundo.
Durante ese tiempo todo un país, Cuba, ha vivido sumergido en una peculiar mezcla de notable abundancia de consignas revolucionarias y de escasez y racionamiento materiales. También disfruta del más bajo índice de analfabetismo y la más baja tasa de mortandad infantil de toda América Latina.
Creo firmemente que carecen de relevancia los juicios que observadores ajenos hagamos de filántropos o dictadores; da igual si su sentido es condenatorio o aquiescente. Son las personas reales, las que se benefician de los actos de los primeros o sufren los anodinos delirios de grandeza de los últimos, las únicas legitimadas para juzgarlos, no tanto por lo que han sido como personajes públicos, sino por cómo sus decisiones han condicionado sus propias vidas.
Pocas veces se hace tan evidente como ahora, el pensamiento calderoniano de que la vida es sueño, pero en esta ocasión resulta esperpéntica, cuando no dramática, la legítima comparación entre la vida de quien libremente sueña y los sueños de quienes son soñados.
BELLEZA PRIMIGENIA
Maestras, carniceros, matronas, niños, ancianos, sepultureros, periodistas, abogados, beatos, pecadores, prostitutas, sacerdotes.
Tersas pieles, o profundas arrugas de esas que pueden alojar toda una vida.
Senos firmes o pechos que apenas recuerdan lo que un día fueron.
Torsos atléticos, vientres excesivos, nalgas modestas, nalgas imperiales, corredores de fondo o impedidos.
Con la devoción propia de quien abraza una nueva fe o con el escepticismo de quien nada tiene ya que perder, se afanan en un ritual de sal y cieno que sugiere, más que una terapia de incierta eficacia científicamente demostrable, un ancestral rito iniciático.
Antes de la dosis diaria de la olorosa medicina, puedo vislumbrar, a pesar de sus vulnerables desnudeces, ciertos toques de individualidad: una piel bien hidratada, unas manos curtidas por horas de trabajo al sol, la discreta marca de un bikini o la de una camiseta al más puro estilo Marlon Brando….
Sin solución de continuidad llega el momento cumbre, el fin último del ritual: aplicado con visibles muestras de afecto o de solidaridad, un cieno negro y suave es aplicado como un manto aceitoso desde las plantas de los pies hasta los mismísimos párpados.
Y a veces –sólo a veces - sucede el milagro; no hablo de las decenas de historias, propias o ajenas, narradas con una sospechosa convicción, sobre los múltiples efectos terapéuticos de tal arcillosa práctica.
El milagro que me desvela el objetivo de la cámara es de otra índole.
Máscaras de pieles húmedas, resbaladizas y preñadas de raros brillos, como si de anfibios primitivos se tratara, o secas y agrietadas, como la de longevos paquidermos, desposeen a sus anónimos portadores de sus artificiales señas de identidad y, paradójicamente, les devuelven su verdadera y única condición de la que emerge una, tan olvidada como despreciada, belleza primigenia.
TUBABUS Y FATAFIUS
I.- KANDIO MANÉ
Soy Kandio, de la familia Mané, mandinga, negro.
Mis antepasados, mandingas desde el principio de los tiempos, sirvieron como esclavos para vosotros los blancos, los “tubabus”.
A pesar de mi apariencia soy un hombre afortunado, poseo todo lo que necesito: techo para cobijarme, cuatro mujeres -Kadi, Aminata, Nhama y Famata que me han dado 30 hijos- que cultivan arroz en nuestras “bolañas”, leche del ganado que mis hijos pastorean y agua que mis hijas acarrean desde los manantiales y pozos del poblado.
Apenas tengo nada más. Excepto el orgullo de ser mandinga.
Ahora algunos de los nuestros están entre vosotros y, en la mayoría de los casos, no son para vosotros más que negros. Mano de obra barata o clandestina.
Vosotros, los “tubabus”, habéis aprendido muchas cosas importantes como el manejo del agua y de la luz eléctrica, pero se os han olvidado otras tantas.
Nosotros los mandingas, los “fatafius”, tenemos Nombre y cada Nombre encierra una historia.
Ahora, que te he dado a conocer mi Nombre, estás obligado a no olvidarme
II.- CAMBODA FATI
Camboda Fati es un superviviente. Sobrevivió en la niñez a la viruela, a un par de conflictos bélicos y en la actualidad sobrevive día a día a la pobreza estructural de la que está rodeado.
La vida del poblado gira en torno a él como único celador de la bomba de agua. Cada madrugada y cada atardecer abre el candado para que las mujeres del poblado (sólo las que pueden aportar unos céntimos para el mantenimiento de la instalación) puedan hacerse con el agua necesaria para la colada, el aseo y la comida de las familias. El resto deberán acarrear el preciado líquido desde algún manantial cercano. En ambos casos sorprende comprobar que, a pesar del inconmensurable esfuerzo y tiempo dedicados a tal menester, son los momentos donde la vida palpita con mayor intensidad.
Pero Camboda no es el único superviviente; el resto del poblado deja transcurrir el día, los años, teñidos de una extraordinaria cotidianeidad -aderezada a partes iguales por el solaz a la sombra de una exuberante vegetación tropical , el chismorreo y la oración -interrumpida de tarde en tarde- por algún viaje a la ciudad más cercana, Bafatá, para comprar ropa o alguna medicina.
En Gambasse, todos son supervivientes a las despiadadas fuerzas de un destino que ni eligieron al nacer, ni podrán, con sus escasos recursos, doblegar.
III.- RAMOLI CAMARÁ
Podría haber nacido en el país de los “tubabus” pero nací aquí, en el poblado mandinga de Gambasse, en Guinea Bissau, en África. De madrugada, María Mané la matrona, empapada en sudor, cruzó el poblado en medio de una enorme tormenta de lluvia y estiró de mí. Poco después mi madre Sirene, me colocó en el único camastro de la casa envuelto en una gran sábana. Ese mes de agosto las gentes de mi poblado estaban alteradas por la llegada de un grupo de “tubabus”, por eso mi padre Nansu, pensando en alguno de ellos, me puso de nombre Ramoli.
A los “tubabus” se los distingue a primera vista: tienen la piel completamente blanca y siempre se les ve preocupados por los animales de la selva.
En mi poblado me siento seguro; todos cuidarán de mí. Mientras sea niño pasaré los días acarreando agua y jugando con los demás niños, y cuando sea mayor podré ayudar a mi padre a arreglar alguna de las bicicletas que pasan por aquí o ser pastor del rebaño de vacas de Kandio y beber alguna vez su leche mientras las ordeño.
Podría haber nacido en el país de los “tubabus” pero lo cierto es que nací aquí, y los únicos animales que me dan miedo son los mosquitos; muchos niños morirán por su picadura y yo no sé si seré uno de ellos.
DIARIOS ABISINIOS. ( Relatos de un viaje inútil ) [2014 2016]
Quise comprobar , cámara en mano - ese magnífico artilugio que congela el tiempo - , si la Etiopía real es tal y como la describen: un país extraordinario, excitante, exótico; montañas de exuberante vegetación y depresiones volcánicas donde la vida apenas es posible, torres acristaladas de lujo extemporáneo rodeadas de océanos de humildes viviendas de hojalata, iglesias excavadas en roca y legendarias ciudades santas del Islam, ritos ortodoxos de tradición milenaria y ceremonias tribales que apenas han variado desde la edad de bronce.
Nada más lejos de la realidad. Nada de exotismo. ¿Son esencialmente distintas sus danzas tribales de nuestras fiestas populares?
Nada de ritos extraños. ¿Son más extrañas sus escarificaciones que nuestras cirugías estéticas? ¿Son distintas sus celebraciones a base de sorgo fermentado de nuestros botellones?
Nada de gente extraordinariamente buena o excesivamente malvada. ¿Acaso las leyes divinas o humanas, vividas aquí o allá, han impedido que la especie humana deje de ser lo que en esencia es? ¿Acaso sus pillastres, estafadores o maltratadores son peores que los nuestros por no calzar unos Armani?
Nada de incomprensibles tragedias, exilios o grandes migraciones ¿No vivimos ya entre ellas sin apenas ser conscientes?
Allí, como aquí, lo extraordinario, lo excitante, es la propia vida, vida corriente, vida vulgar incluso anodina, esa misma vida que allá donde aparece – entre oro o entre inmundicias- nos inunda con sueños y esperanzas, con risas y lágrimas, con irrefrenables deseos de amar y ser amado, con la memoria del pasado, con la esperanza en el futuro.
Aquí, nosotros, cegados por nuestro pertinaz etnocentrismo, exacerbamos su carencia de libertad - poligamia, religiones ajenas, costumbres ancestrales- mientras asumimos la nuestra como un mal inevitable.
Aquí, nosotros, esclavos de nuestros contratos hipotecarios, esclavos de nuestros contratos laborales, esclavos de nuestro consumismo desorbitado ¿somos, acaso, más libres que aquellos que juzgamos, tal vez con razón, como oprimidos?
Aquí, nosotros, dueños de casi todo excepto del tiempo, devoramos miles y miles de imágenes de “otros mundos”, pero tenemos la obligación moral de observarlas, de traspasar su dimensión estética, de utilizarlas para comprender quiénes realmente somos. Quizás descubramos que esos “otros mundos” no son tal.
Ésta es la historia de un viaje inútil: nada de lo que vi me fue esencialmente extraño pero, parafraseando a Celaya, mantengo la esperanza de que La Fotografía no sea sólo un lujo cultural consumido por neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
JORNADA 1: ADDIS ABEBA, UN TRANVÍA PARA LA ESPERANZA.
Situada a 2300 m. de altitud en el borde oeste del Gran Valle del Rift, con más de tres millones de habitantes censados, más una indeterminada cantidad de ellos que sobreviven en el limbo administrativo, Addis Abeba es una ciudad de enormes, a veces hirientes, contrastes.
El tranvía sobreelevado, recientemente construido por los chinos, atraviesa la ciudad como una enorme espina dorsal convirtiéndose, de paso, en una gran metáfora de la Etiopía de comienzos del siglo XXI: un tenso pulso entre pasado y futuro, entre pobreza y riqueza, entre la afirmación patriótica y el neocolonialismo económico.
Un tranvía, quizás, para la esperanza.
JORNADA 2: ADDIS ABEBA, CENTRO Y PIAZZA
Grandes empresas nacionales e internacionales y edificios de envolvente acristalada de última generación, se dejan observar, como enormes islas lejanas, por niños, jóvenes y ancianos que sobreviven entre la cotidianidad de la miseria y la extrañeza de un mundo nuevo inalcanzable.
Como en cualquier gran metrópoli, en ninguna otra ciudad de Etiopía puede verse tal cantidad de desheredados. Queda poco espacio para el optimismo ante una historia mil veces repetida.
Como en una inmensa cebolla, capas y capas adyacentes extrañamente ajenas entre sí, se suceden cada pocos metros desde las calles repletas de joyerías de lujo hasta núcleos de humildes viviendas de chapa ondulada; y entre ellas, antiguas casonas de la breve época de la incursión italiana que a duras penas mantienen el aire colonial mezcla de miseria y dignidad.
Estamos en pleno Piazza, en pleno centro de Addis.
JORNADA 3: ADDIS ABEBA, MERKATO
Entrar a Merkato, el mercado más grande del continente africano y núcleo socioeconómico de la capital, es hacer un viaje a la Addis de principios del siglo pasado.
Internarse en Merkato cámara en mano requiere, a pesar de la conocida hospitalidad etíope, una cierta dosis de sangre fría cuando no de temeridad; se siente la presión de las miradas por todos los costados.
En la estación seca, riachuelos de aguas fecales que ya a distancia avisan de su presencia con su inconfundible hedor, se deslizan por improvisados cauces hasta el río Bantyiketu que atraviesa la ciudad de norte a sur.
En la lluviosa, agua, mucha agua. El agua condiciona la vida diaria, lo envuelve todo y en su búsqueda del camino más fácil se ve obligada a transformarse en lodo maloliente mientras sortea miles de pisadas de toda condición: pies desnudos o en chancletas, zapatillas de media suela o zapatos de piel apenas ocultos bajo impecables pantalones de tergal, y entre todos ellos otras tantas ruedas salpicando y vaciando los enormes charcos por los que pasan.
Tullidos de todo tipo, prostitutas en chabolas que se ofrecen a los transeúntes junto a sus propios hijos, excrementos humanos que han visto la luz hace escasos segundos, basura de olor insoportable, ladrones, carteristas y pillastres de todo linaje que se mueven a sus anchas entre tenderetes y andamiajes imposibles esperando la ocasión para dar el zarpazo.
Rebaños de cabras compitiendo con un tráfico invasor de lujosos 4x4 , de autos desvencijados y de carros de tracción humana a partes iguales, parados de infinita duración que dejan pasar el tiempo envueltos en la leve euforia que les proporciona el qat, porteadores de volúmenes excesivos, ejecutivos de trajes iridiscentes y pobres misérrimos cuya vida transcurre literalmente a nivel de suelo.
Y entre todos ellos, por doquier, cientos de maniquíes blancos que, aún en su estática manera de vivir, soportan estoicamente, como una gran metáfora, las enormes contradicciones del mundo en el que han sido colocados.
JORNADA 4: CRISTIANOS ORTODOXOS EN ADDIS ABEBA
La religión, cristiana ortodoxa o musulmana, está radicalmente presente en la vida pública y privada del pueblo etíope. Mezquitas, iglesias, sacerdotes ortodoxos, mujeres musulmanas con velo integral, genuflexiones y almuédanos de ambas religiones forman parte del paisaje urbano o rural.
Ancianos solitarios ayudados de su bastón dormitan a la sombra de enormes árboles centenarios mientras se dejan mecer por los salmos, lanzados al aire por potentes altavoces, que invaden el ambiente.
Jóvenes ingenieros impecablemente vestidos con su Apple al hombro, taxistas o camioneros se santiguan devotamente al pasar cerca de cualquier iglesia.
Madres y abuelas envueltas en sus túnicas blancas con sus bebés a la espalda o adolescentes solitarias elevan sus plegarias en la intimidad de algún rincón aislado.
Aunque no exenta de ciertas tensiones, sorprende y reconforta la convivencia pacífica entre ambas religiones en lo que constituye un hecho digno de ser imitado por el resto del mundo.
JORNADA 5: UNA REVELADORA INJERA EN BAHAR DAR.
Cientos de “tuk tuks” se mueven frenéticamente por las avenidas que confluyen en el centro neurálgico de esta moderna ciudad, San George Church y embarcadero. Mientras tanto, decenas de lugareños dejan pasar el tiempo embelesados por el espectáculo único de este mar interior, lago Tana, contenido por riberas de papiro de límites inalcanzables.
Al alba, los primeros rayos solares se abren paso entre la bruma mientras los pescadores locales conducen sus “tankwas”, sus canoas de papiro, hacia el nacimiento del Nilo Azul. Cálaos, monos, hipopótamos y multitud de otras especies aportan, como ruido de fondo, un inesperado toque tropical en estas latitudes.
Bahar Dar no es sólo una moderna ciudad con calles pavimentadas y resorts de lujo para turistas adinerados; un simple cambio de perspectiva, un mínimo desvío de pocos metros en la dirección adecuada, permite adentrarse en mundos insospechados.
El sol dibuja sus últimas sombras sobre las abarrotadas calles del centro; cinco chicas musulmanas entran con su amigo ortodoxo en alguno de los muchos restaurantes de la zona. Acto seguido, desde una altura no superior al medio metro, un hombre mira al frente intentando descubrir la posición exacta de alguna mesa libre. Se mueve balanceando su cuerpo mientras se apoya en sus manos enfundadas en unas katiuskas y, alternativamente, en sus nalgas; las piernas en su conjunto forman una especie de apéndices inservibles.
En cualquier restaurante de nuestra idolatrada sociedad occidental, los clientes se sentirían, quiero ser generoso, visiblemente incomodados por su presencia y los camareros en perfecta empatía con ellos no dudarían en impedir que el mendigo alcanzara siquiera el umbral de la puerta.
Pero aquí en Bahar Dar, en el núcleo amhara de los cristianos ortodoxos, el comensal se coloca al lado de la única mesa libre mientras el camarero sonriente y servicial lo levanta a pulso, lo coloca sobre la silla, le trae una palangana para que se lave las manos y le sirve al fin una abundante injera, cerveza incluida, que desaparecen en escasos minutos.
Sin solución de continuidad, una vez depositado nuevamente en el suelo, se enfunda sus katiuskas y se aleja a balanceo rápido; es necesario seguir trabajando.
Ayer recibió algunos birrs de otros comensales, hoy paga la casa.
JORNADA 6 : ZÉGE
Como cada mañana, la neblina matutina envuelve ligeramente la península de Zége. Cubierta por una espesa vegetación donde abunda el café silvestre; hábitat natural de multitud de especies tropicales es el lugar de asentamiento de uno de los más impresionantes monasterios de los alrededores: Ura Kidane Mehret.
En él, monjes ortodoxos, absortos en sus interminables plegarias de tradición centenaria, compiten en estaticidad y colorido con las escenas bíblicas profusamente representadas en su interior.
Y a la entrada de la península, en el poblado que le da nombre, decenas de mujeres, hombres y niños celebran su mercado semanal como lo hicieran sus antepasados siglos atrás. Llegan por caminos polvorientos transportando sus variopintas cargas y ofrecen su exigua mercancía mientras esperan con paciencia secular el ocaso del día.
Un impresionante “wárka” que se recorta sobre el cielo, protege sus minúsculas siluetas del agresivo sol, remarcando aún más si cabe su carácter de totémico protector.
JORNADA 7: EN LA TRASTIENDA DE BAHAR DAR
No hablan inglés como la gran mayoría de jóvenes etíopes. No saben de España, de Madrid, de Barcelona-Messi. Viven como ascetas de otro tiempo pero utilizan móviles que no dudan en utilizar para robar una foto al tiempo que se sonrojan si son sorprendidos en tan alta traición.
Su apartado mundo gira en torno al aprendizaje del Nuevo y Antiguo Testamento escritos en ge´ez, lengua primitiva emparentada con el amhárico pero de uso exclusivamente litúrgico.
Aquí, en la trastienda de Bahar Dar, las escuelas religiosas de centenaria tradición acogen a cientos de niños y adolescentes en comunidades tan cohesionadas como aisladas en medio de un entorno natural exuberante.
En sus minúsculas chozas de adobe y papiro dispuestas ordenadamente en círculo alrededor de una zona común y con la escasa luz de los rayos solares que se cuelan por las rendijas, pasan horas, días y años recitando y memorizando salmos y cánticos religiosos.
Sus miradas curiosas, ingenuas, cristalinas, dejan huella evocando, ya desde el primer instante, el mito Rousseauniano.
JORNADA 8: LALIBELA
Desde cientos de km y a lo largo de días, semanas y hasta meses, cientos, miles de peregrinos acuden a Lalibela con motivo de la Genna, la Navidad Etíope.
Recibidos piadosamente por los lugareños con comida y lavado de pies, se acomodan en las faldas de la montaña junto al conjunto, único en el mundo, de iglesias monolíticas excavadas en roca roja a 2450 mts de altitud.
Cientos de túnicas, impecablemente blancas, otorgan un aire de dignidad al ambiente y a quienes acumulan tantísimas jornadas y cansancio sobre sus agrietados pies.
Su origen humilde y rural les proporciona una primitiva cercanía e ingenuidad capaz de romper cualquier barrera idiomática; y la enorme intensidad con la que viven sus creencias religiosas hace imposible permanecer emocionalmente indiferente ante ellos.
JORNADA 9: EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
Amanece en San Giorgis. Mientras las primeras luces ocultan progresivamente la infinidad de estrellas del impoluto firmamento, olivos centenarios se transforman en improvisados retiros donde ancianos solitarios elevan sus salmos o en cobijos naturales donde familias enteras se preparan para la liturgia final.
Sin solución de continuidad, el perfil cada vez más visible de la montaña se va poblando de minúsculas siluetas que pugnan por acercarse al mismo cielo al que elevan sus oraciones; pies destrozados, estómagos vacíos, túnicas blancas o del color de la tierra que llevan meses limpiando se funden en una liturgia de salmos y cánticos que se repiten sin cesar.
En el fondo del valle, el río Jordán, de insoslayables resonancias bíblicas, da fe del espectáculo cientos de veces repetido.
Lalibela no es sólo un extraordinario conjunto de iglesias monolíticas, de túneles, de pasadizos. Lalibela no es sólo una vívida expresión de hospitalidad, de vida en comunidad, de religiosidad. Lalibela, la Jerusalén africana, es una auténtica trasposición a los comienzos de nuestra era.
JORNADA 10: ARBA MINCH Y LAS PORTEADORAS.
Circular por las carreteras etíopes puede ser algo tan divertido como acongojante. El concepto de izquierda y derecha debió perderse el mismo día en que apareció el ganado que sorteado de manera tan paciente como temeraria, circula por la carretera sintiéndose, junto a sus pastores, dueño del territorio.
Innumerables paradas para comer, para mascar qat (conductor incluido) o para satisfacer todo tipo de necesidades, son las responsables de las diez interminables horas que separan Addis Abeba de Arba Minch.
Arba Minch es pura África. Salir de su estación de autobuses es sumergirse en un mundo de caos, bullicio y desorientación. Arba Minch está, como el resto del país, en construcción; edificios, puentes, carreteras, calles, plazas... y en todos ellos chicas jóvenes de todas las etnias acarrean en improvisadas parihuelas materiales de construcción ante la indiferente mirada de decenas de jóvenes –chicos- cuya única ocupación es deambular sin rumbo en busca de algún incauto “faranji” al que ofrecérsele como guía hasta algún remoto lugar del sur del país.
Cae la tarde en Arba y una inmensa y global nube de polvo levantada por decenas de motos chinas, "tuk-tuks" indios y camiones de gran tonelaje se apodera del ambiente; pero acaba por desvaneciéndose frente a la interminable, matemática y dolorosa rutina de decenas de mujeres y niñas porteadoras que ascienden desde el amplio cauce del río Kulfo hacia la parte alta de Sikela, completando así un recorrido cercano a la docena de km diarios por un sueldo de 50 miserables birrs (aprox. 2 euros).
Sus pasos lentos y de exacta frecuencia, su tronco casi horizontal sobre el que depositan sus pesadas cargas de madera desbrozada, sus brazos colgantes exentos ya de todo resquicio de fuerza, sus gestos de dolorosa resignación y su mirada fija en el sitio exacto donde colocarán su próxima pisada en un suelo irregular y traidor, son imágenes y sensaciones difíciles de borrar. Y cuando parece que lo único que pueden hacer es perpetuar esa monótona rutina, aún sacan fuerzas de sus entrañas para responder educadamente con una reverencia y una sincera sonrisa al “selam” que les dirijo en señal de respeto y admiración.
Sin solución de continuidad, con un alumbrado público casi inexistente, la ciudad se vuelve fantasmagórica. Desde la plaza central de Sikela, entre el polvo fugazmente iluminado por algún vehículo, aún se distinguen las últimas siluetas camino de un camastro donde unas escasas horas de descanso serán la ineludible condición para un mañana de sobra conocido.
JORNADA 11: MERCADO EN KEY AFER
Se acercan con parsimonia al tradicional punto de encuentro. Hoy es día de mercado en Key Afer, Tierra Roja en amhárico.
Desde el alba, hamer, banna, tsmay y ari acarrean, desde decenas de km, productos de todo tipo: frutas, verduras, abalorios, leña… y ganado, la riqueza fundamental de estas etnias. El mercado es un acto social que vertebra su vida, es lugar de intercambio, es punto de encuentro, es la ocasión ideal para departir con conocidos y familiares que habitan, tal vez, a varios días de distancia.
Key Afer, roja y polvorienta, rezuma vida por los cuatro costados; incluso en las horas centrales del día, donde el sol invita a permanecer bajo las acacias, hombres, mujeres y niños deambulan sin rumbo aparente pero con propósitos bien definidos.
Con el sol a punto de cerrar su ciclo diario todo se vuelve más festivo. La bebida local, cientos de litros a base de miel y sorgo fermentados, comienza a apoderarse, entre risas, bromas y conatos de peleas, de oscuros y lúgubres locales inundados a partes iguales por el olor dulzón del propio brebaje y del sudor acumulado.
En el ocaso, decenas de seres con la sonrisa perdida en el limbo del alcohol zigzaguean por las rojas calles de Key Afer en busca de un tuk tuk que los devuelva a sus chozas de paja o adobe.
Es noche cerrada en Key Afer, las últimas siluetas se recortan en el manto estrellado mientras resuenan aún las risas que las transportarán hasta el amanecer siguiente.
JORNADA 12 : LA FAMILIA DE JINKA SHELLO
Wantó, como el resto de los Banna, desconoce su edad; aislada en la sabana en un lugar con resonancias míticas, Saba, vive apaciblemente con su marido, sus numerosos hijos, su plantación de sorgo y su honda a la que llama “rosso”.
A pocos km de distancia, Wado Gaya prepara una inyección para su ganado, víctima de la mortífera mosca tsé tsé, mientras su mujer Jinka Shello, ayudada por alguno de sus seis hijos, prepara una infusión a base de cáscara de café en un rudimentario fuego de campamento.
El pueblo Banna se encuentra diseminado por los montañosos alrededores de Key Afer. Aquí, familias aisladas viven en sintonía con un entorno del que obtienen todo lo que necesitan. Ganado, miel, maíz, sorgo, guindillas, café, plantas silvestres, vestidos de piel curtida de su propio ganado, pulseras y brazaletes de cuentas multicolor, calabazas, ollas de barro, “borkotos” (el tradicional asiento/reposacabezas de madera de todo el Este africano), rudimentarios cuchillos a los que llaman alfas, hondas y kalashnikovs dan forma a su apartado mundo.
Los Banna, sin embargo, no desprecian nada que les venga del exterior: los muy útiles bidones de plástico o alguna irrelevante caja de “mastika” -chicles- pueden ser objeto de largas, incluso enconadas, negociaciones.
Para los Banna, que practican una economía de mera subsistencia, las mujeres, al igual que las cabezas de ganado, son una cuestión de riqueza: cada mujer aporta a la familia su propio trabajo y el de sus hijos.
Los Banna no son animistas, se encomiendan individualmente, sin ceremonias, a su único dios “Bar-Yo” y la poligamia es frecuente entre ellos.
Pero la poligamia, cuestiones crematísticas aparte, se fundamenta en razones más profundas que, aunque aceptadas socialmente por todos, son fuente de enfrentamientos personales y, paradójicamente, garantizan su perpetuación. La poligamia concede al marido un dominio absoluto sobre la familia, pues cada una de las esposas, en estricta competencia con el resto, procura ganarse el favor de éste, asumiendo y fomentando sus roles de proveedora - cultivando, pastoreando y acarreando- y de procreadora, encadenando un embarazo tras otro a lo largo de su vida fértil.
Aquí, en Saba, Jinka ve fluir la vida de manera certera y apacible, sabedora de que su fortaleza no estriba tanto en los bienes materiales que atesora como en sus sólidos vínculos sociales.
JORNADA 13: EL CLAN DE TIFA DABO
Hoy es un día especial para Tifa Dabo, jefe de un clan banna; uno de sus hijos adolescentes deberá celebrar su ceremonia de iniciación, su paso a la edad adulta.
Tifa es un hombre rico, sus tres mujeres Hailo, Faka y Barki, sus 19 hijos, un considerable número de cabezas de ganado, una pluma ceremonial y un espejo, que guarda como un verdadero tesoro, dan fe de ello.
Desde el amanecer, los jóvenes solteros se reúnen en torno a calabazas llenas de sorgo fermentado; ríen, bromean y afilan sus alfas enfundadas en rudimentarias fundas de cuero decoradas con cuentas multicolor.
Mientras tanto, mujeres y niños se afanan en acarrear leña y agua o en preparar la comida a base de plantas silvestres como el “kadi” recogidas in situ de los alrededores.
Pero las auténticas protagonistas, las que llenan el lugar con su presencia, son las jóvenes casaderas que, ataviadas con sus mejores adornos de cuentas y sus tobilleras de cascabel, cantarán y bailarán al ritmo de rudimentarias sordinas hasta el ocaso.
Hacia el mediodía, desde todos los puntos cardinales se van acercando de forma pausada y expectante nuevos grupos familiares que esperarán pacientemente a una distancia prudencial hasta que una numerosa comitiva se les acerque para ofrecerles, en señal de bienvenida, el terráceo brebaje transportado en las omnipresentes calabazas. El clan completo empieza a ser visible.
Sin solución de continuidad un nutrido grupo de niños pequeños decorados con pinturas faciales son conducidos, entre temerosos y expectantes, hacia un tenderete provisto de techo y alfombra vegetales recién cortados, allí saborearán el brebaje del clan y quizás por primera vez conocerán los secretos de la doble visión.
Mientras tanto, una de las jóvenes hijas de Tifa decorada igualmente con pinturas faciales busca denodadamente un joven provisto de un manojo de mimbres; tiene el privilegio de escoger la mimbre con la que quiere ser fustigada y demostrar con un salto hacia delante, pecho contra pecho, cuán dispuesta está a soportar la durísima carga que le espera si es finalmente aceptada por su pretendiente. Sus cicatrices en la espalda, en no pocas ocasiones sangrantes, dan fe de su valentía y sometimiento a la tradición.
Cae la tarde en Yinya, mientras la mayoría de los jóvenes reunidos en un imperfecto semicírculo danzan y saltan en dura competición, Ischo, el hijo adolescente de Tifa, demostrará al clan y a sí mismo su mayoría de edad. Completamente desnudo sorteará en ambos sentidos los catorce inestables y escurridizos lomos de otros tantos toros que él mismo ha pastoreado desde que aprendió a andar.
Millones de estrellas se asoman ya a las montañas de Yinya. Los ecos cada vez más lejanos de los monótonos cánticos ponen punto y final a una ceremonia mil veces repetida desde tiempos inmemoriales.