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BLOOD

RED BLOOD [2022]

 

 

SANGRE ROJA

 

Si hay alguna constante en la vida de un fotógrafo es la de miles y miles de encuentros, algunos de ellos fugaces cuya permanencia en la memoria descansa en la propia fotografía tomada y otros acompañados de largas conversaciones o verdaderas historias vividas en común.

 

Sea como sea, cuando alguien entra en el cuadro, cuando logras atrapar esa fracción de segundo burlando al propio tiempo, lo que allí acaba de ocurrir pasa de forma inevitable a ser parte de ti mismo.

 

Esa y no otra es la dimensión humana de mi manera de sentir la fotografía y ese es el significado de mi relación con las personas retratadas.

 

Tal vez no compartimos ni modo de vida ni religión ni país, pero, sin importar el tiempo transcurrido, todas ellas me acompañan allá donde esté y, aún desdibujados ya por ese paso del tiempo, pueblan mis recuerdos. Casi sin darme cuenta han dejado de ser “los otros”; son algo así como mi familia extendida.

 

Solemos centrarnos en el ¿dónde? y en el ¿cómo? y tal vez deberíamos focalizar nuestra atención en el ¿quién?

 

Es cierto, no compartimos ni país ni lengua ni religión, pero la sangre que fluye por nuestras venas es del mismo color rojo y tal vez eso debería ser suficiente.

©Rpnunyez  2022

KHASI 0
DIARIOS INDIOS

INDIA: TIERRA DE MITOS

Eran las 3 de la madrugada, acababa de aterrizar en Delhi y aún debía permanecer allí 10 horas más hasta volar, finalmente, a Varanasi.

En el aeropuerto internacional Indira Gandhi, digno de una potencia nuclear como es la India, se había instalado un denso esmog propio de la ciudad más contaminada del planeta en aquellos momentos. Me pareció tan excesivo, que trajo a mi mente el dicho de que en la India todo es así, demasiada gente, demasiados dioses, demasiadas religiones, demasiados rituales, demasiados contrastes… demasiado de todo.

En realidad, la India es tan vasta y compleja, que todo lo que se pueda decir de ella es verdadero y falso a la vez, porque todo tiene su opuesto.

La de la India es la única gran civilización antigua que se ha transmitido hasta nuestros días sin solución de continuidad; algo similar a que los modernos egipcios siguieran adorando a Amón y Ra y enterrando a sus muertos según los rituales del Texto de los Sarcófagos.

Ni en el Egipto actual ni en ninguna otra parte del planeta sucede eso, pero sí en la India.

 

Mientras dejaba pasar el tiempo, al fondo de la terminal, figuras con posturas de yoga desdibujadas por el esmog me recordaron que, al final, había emprendido un viaje tanto tiempo demorado.

Durante todo ese tiempo, me estuve debatiendo entre la expectación por lo desconocido y exótico y la certeza de que el ser humano, no importa ni dónde ni cuándo, tiene siempre los mismos miedos y anhelos y siempre acaba formulándose las mismas preguntas. Y es su habilidad para encontrar diferentes respuestas a esas mismas preguntas lo que ha conducido a nuestras diferentes maneras de vivir.

Si hay una civilización cuyas respuestas han sido radicalmente distintas a las de Occidente, esa ha sido la civilización hindú.

Como ocurre con el resto de religiones teístas, el hinduismo -simplificando mucho- es un cuerpo de mitos, creencias y dogmas pretendidamente de origen divino (ese orden imaginado de Y.N. Harari) que dan respuesta a todas las cuestiones trascendentales que rodean al ser humano.

Pero mientras en Occidente lo sagrado coexiste con mayor o menor intensidad con lo profano; en la India, lo sagrado, lo mítico, lo ritual forma parte esencial de la vida diaria.

Por otro lado, sorprende, por encima de todo, la especialísima relación que tienen los hindúes con la muerte y con los rituales que la rodean. Una relación encarnada en la idea del ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación que denominan “Samsara”.

En la India, los rituales ancestrales omnipresentes, el politeísmo casi desmedido, lo mítico, son como el aire que todo lo impregna de un aroma único e inigualable.

El aeropuerto de Delhi quedada atrás y Varanasi se veía ya ahí abajo, acariciada por el sagrado Ganges. Pensé que, ahora sí, finalmente había alcanzado mi particular Terra Ignota.

 

 

JORNADA I.- KASHI: CIUDAD DE LUZ Y TINIEBLAS

No cuando entras en ella por primera vez, no cuando desciendes por sus “ghats”, no cuando te pierdes por sus laberínticas callejuelas, solo cuando sales de Varanasi – Kashi - llegas a comprender lo profunda y radicalmente hindú que es esta ciudad al borde del colapso.

Antes de que Roma fuera conocida o de que Nabucodonosor conquistara Jerusalén, Kashi ya brillaba con toda su gloria y esplendor. En palabras de Mark Twain “Varanasi es más vieja que la historia, que la tradición y que la leyenda y parece dos veces más vieja que todas ellas juntas”. Pero la historia de Kashi no es una historia de magníficos monumentos o de ancestrales piedras, es una historia espiritual, mística, inundada no solo por el sagrado río Ganges, sino literalmente por mitos y rituales y forjada por una enorme sucesión de generaciones unidas por una misma forma de explicarse el mundo y el lugar del ser humano en él.

Varanasi es la única ciudad del mundo antiguo, aún poblada, que conserva vestigios de una forma de vida de al menos 3000 años de antigüedad. No es que haya permanecido estática e inmutable, sino que la profunda influencia del hinduismo en la forma de vida, en los modelos de interrelación y estructura social y, por encima de todo, la casi total ritualización de la vida diaria ha hecho que se mantenga tal y como era ya en tiempos inmemoriales a pesar, incluso, de la presión que ejerce sobre ella la occidentalización creciente.

Tanto es así que, si Buda volviera a Varanasi, no tendría dificultad alguna en reconocer los rituales que diariamente se realizan por millares a orillas del Ganges y que él ya vio en el VI a.C. cuando se dirigía a Sarnath – a escasos 10 km - a pronunciar el primer discurso fundacional del budismo.

Desde tiempos inmemoriales Varanasi es, por añadidura, única en la India – y por ende en el mundo – por su especial relación con la muerte, por su actitud impávida ante ella.

La muerte, la más certera realidad de la vida, temida o tabú en otros lugares, es aquí esperada con la misma naturalidad que un joven espera su madurez. La muerte aquí es liberación, es puerta segura al “moksha”: el fin del ciclo de las reencarnaciones. Por ello, por conseguir el “moksha”, cientos, miles y miles de personas han acudido, acuden y acudirán a ella en su definitiva peregrinación cuando sienten cerca su final.

La muerte en Varanasi es una interminable procesión funeraria que al ritmo del “Rama Nama Satya He” (el nombre de Dios es la Verdad) alimenta sin cesar dos crematorios únicos en el mundo ubicados en plena ciudad a orillas del sagrado río Ganges: Harishchandra y Manikarniká.

DELHI 20 DE DICIEMBRE DE 2019 02:00

JORNADA II.- MANIKARNIKÁ: EL ÚLTIMO VIAJE [ MORIR A ORILLAS DEL GANGES]

Hoy la luz de Kashi, como tu vida misma, se ha convertido de forma irremediable en eterna oscuridad.

Hoy en Varanasi, en Manikarniká, has emprendido tu último viaje.

No importa ni cuándo ni cómo llegaste a Kashi.

No importa si viviste en la miseria o abandonaste la opulencia para dedicarte al estudio de los textos sagrados que heredaste de tus padres.

Seguramente cumpliste mil y una vez con los milenarios rituales que tus dioses demandaban para ti y tus ancestros y descendiste una y otra vez los escalones de los “ghats”, camino del sagrado río para sumergirte en sus contaminadas pero purificadoras aguas.

Quizás llegaste aquí en peregrinación para ser bendecido por algún hombre santo o buscando una última morada cuando presentiste que el final estaba ya cercano.

Tal vez fuiste un renunciante errante y acabaste, al final de tus días, junto a tus hermanos ascetas en algún recóndito monasterio.

Sea como fuere, tú ya has pasado por este trance: debiste raparte la cabeza y vestir la túnica blanca mientras llorabas en silencio la marcha de tu madre al tiempo que iniciabas la definitiva hoguera alrededor de su cadáver, después de las cinco sagradas vueltas rituales.

Llegado este momento, no importa quien fuiste y lo que hiciste, no importa si fuiste paria o brahmán.

Ahora, tu cuerpo yace inmóvil después de la postrera inmersión en las sagradas aguas y bajo el peso de la madera que devorará tus carnes.

Atrás quedaron los luminosos atardeceres que tus ojos ya no verán más y la alegre algarabía de las gaviotas, que tus oídos ya no escucharán.

Tus huesos crujirán bajo el fuego mientras Shiva te susurra al oído las anheladas palabras que te liberarán del eterno ciclo de las reencarnaciones. Alcanzarás finalmente el ansiado “moksha”.

Tu hijo, como ya hiciste tú mismo en su momento, golpeará tu cráneo para liberar tu alma, arrojará tus restos no consumidos al río, allí donde los buscadores de oro viven con el agua a la cintura, y lanzará sobre tus cenizas, aún calientes, la vasija ritual tal y como se viene haciendo desde milenios.

Mañana, en Manikarniká, el fuego seguirá devorando cadáveres, pero la vida – ese hecho minúsculo y extraordinario dentro de un universo inerte – seguirá su curso en una especie de “samsara” colectivo.

 

Mañana, después de todo, tu seguirás existiendo porque tus hijos y los hijos de tus hijos seguirán orando por ti de mil maneras diferentes a orillas del Ganges.

DELHI 10 DE DICIEMBRE DE 2019 06:00

JORNADA III.- EL TEMPLO DE ORO: EN TIERRA DE SIJS

Era el 5º día que entregaba mis botas en custodia para poder entrar.

Me esperaban horas de deambular descalzo sobre el gélido y resbaladizo mármol del Templo de Oro, el templo sagrado de los Sijs en Amritsar.

Después de un mes sorteando el lodo del Ganges, tenían un aspecto horrible - a pesar de los intentos de adecentarlas- y eran un par más entre varios miles; tantos como peregrinos desfilan, cada día del año, por el complejo sagrado.

La historia de los sijs transcurre, como la de tantos otros pueblos, junto a libros sagrados y lanzas mortíferas.

Tienen merecida fama de terribles luchadores y excelentes guerreros con una historia llena de claroscuros: infligieron al ejército británico su peor derrota en el país, pero también sufrieron en propias carnes, matanzas como la de Jallianwala Bagh o la ocurrida en el propio Golden Temple por parte del ejército de Indira Gandhi y que, a su vez, provocó su asesinato a manos de dos miembros de su guardia personal, sijs.

El contraste entre la seriedad y rudeza de sus rostros y la afabilidad con que estrechan tu mano entre las dos suyas, es realmente desconcertante.

Muchos de ellos circulan por las calles con su enorme turbante, su espada y su puñal sagrado del que no se separan ni el momento de su baño ritual en la piscina de néctar (amritsar en punjabí) que da nombre a la ciudad.

Estamos en el Punjab, pero parece que hayamos abandonado ya la India. No hay vacas, no hay monos, no hay ofrendas en cada esquina, a cada momento.

Todo empezó en el siglo XV d.C. con el gurú Nanak y sus sucesores y discípulos (sijs en punjabí) que fundaron una nueva religión monoteísta oponiéndose al desmesurado ritualismo politeísta hindú, a su sistema de castas, al sacrificio de las viudas y a la diferencia social entre hombres y mujeres - entre otras medidas -.

Ahora, y desde entonces, todos los hombres se apellidan Singh (león) y todas las mujeres Kaur (princesa); una medida efectiva para evitar la referencia a la casta de procedencia.

La noche se echaba encima. En el interior del templo, los gurús Granth Sahib seguían leyendo los textos sagrados y la cocina seguía sirviendo comida gratis a todo el mundo.

Volví a recoger mis botas, un par más entre miles. Las botas estaban impolutas y perfectamente embetunadas.

A veces ocurren cosas aparentemente insignificantes que te empujan a reflexionar sobre ellas porque intuyes que detrás de esa apariencia trivial se oculta algo grande y trascendente.

Allí, a la entrada del Golden Temple de Amritsar, sucedió uno de esos momentos mágicos. Desconcertado, sin articular palabra, no fui capaz de agradecer ese gesto totalmente inesperado, ¿a quién podría hacerlo?

Tras unos segundos dubitativos me malhumoré por mi propia reacción.

No debí haberme olvidado de que estaba en tierra de sijs.

DELHI 19 DE DICIEMBRE DE 2019 15:30

Bibliografía

 

Enterría, Álvaro (2018). LA INDIA POR DENTRO.             José J. de Olañeta e Indica Books

VV.AA.              (2012). BENARÉS. La ciudad imaginaria.  José J. de Olañeta e Indica Books

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DIARIOS PERSAS. ( 50 días en el "Eje del Mal"  )  [2017 2019]

Platón describió la situación en su “Mito de la caverna”  hace 2400 años con la maestría propia de los genios.

Sometidos a la dictadura de los medios de comunicación  y de los creadores profesionales de opinión nos forjamos una imagen del mundo más cercana a las sombras de la caverna que a la terca realidad. 

EEUU convirtió a Irán en uno de sus principales enemigos desde el triunfo de la revolución islámica capitaneada por el Imam Jomeini en 1979. Esa postura se ha mantenido en el tiempo con mayor o menor intensidad no en función del devenir de la historia reciente del pueblo iraní sino, más bien, de los caprichos y circunstancias estratégicas del propio EEUU en los países del golfo.

En enero del 2002 George W. Bush  incluyó a Irán en el denominado eje del mal (axis of evil) en su discurso sobre el Estado de la Unión.En ese discurso  afirmó que “[Nuestro objetivo] es prevenir que regímenes que apoyan al terror amenacen a [Estados Unidos] o a nuestros amigos y aliados con armas de destrucción masiva. ……. Irán anda enérgicamente tras estas armas y exporta terror, mientras que unos pocos que no han sido elegidos reprimen el deseo de libertad del pueblo iraní.”

Cegados por nuestro servilismo irracional, dimos por supuesto que una acusación de tal calibre había sido largamente meditada. Pero, tal y como algunos de sus asesores confirmaron posteriormente,   la frase fue, en realidad, fruto de la causalidad ya que su único objetivo inicial era vincular a Irak con el terrorismo. Irán y Corea del Norte acabaron incluidos por razones circunstanciales o simplemente retóricas.

Vivimos, en fin, desde hace décadas de manera permanente, insistente incluso de manera subliminal  con la sombra proyectada sobre Irán. Una sombra que se extiende sobre su régimen y, por extensión, sobre su gente como si ambos fueran el mismo ente, como si ambos no fueran, en gran medida, las dos caras opuestas de la misma moneda.

Malcom X se alió, tal vez sin preverlo,  con Platón cuando dijo “Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”

    I. IRÁN UNA TEOCRACIA AL ESTILO PERSA

Coincidí con ella a la sombra del imponente Iwan de la mezquita Iman Jomeini de Isfahán. En pocos minutos estaba tomando té con toda su familia a la sombra de la un arbusto de la plaza Naqsh e Jahan. Por enésima vez me acribillaban  a preguntas sobre mi país y sobre mi opinión sobre el suyo. No recuerdo su nombre pero sí que era resuelta y locuaz y que su condición de ingeniera informática le otorgaba un cierto aire de superioridad respecto al resto de la familia. Entre risas  benevolentes y desdén, que yo no lograba comprender muy bien,  iban construyendo sobre el tapete del picnic una especie de mosaico  desordenado con algunas de las fotografías de mi primer viaje. De repente, de forma instantánea e instintiva, se levantó con la foto entre sus manos preguntándome con un gesto imposible de ignorar si podía romperla; yo por supuesto asentí con la cabeza pero ella, seguramente por educación,  desistió mientras decía en alto para sonrojo de su familia “I hate all of them”.

La foto fue tomada en Teherán y en ella aparecen dos  minúsculas mujeres con chador  bajo dos inmensos retratos de  Ruhollah Jomeini y Alí Jamenei  que parecen observarlas atentamente.

Instantáneamente vino a mi mente la mañana en que recibí un SMS estando yo en Yazd. En él  se me rogaba que no comentara con nadie las conversaciones que la noche anterior mantuve con su familia mientras cenábamos en un parque de las afueras de la ciudad. Lo que allí se habló y de lo que se habla en Irán de forma recurrente es de hastío, de miedo y de falta de libertad.

Éstas no serían más que anécdotas si no fuera porque se repiten una y otra vez no importa dónde estés ni con quien hables.

Hastío, miedo, ansias de libertad y también pesimismo porque, como bien saben por experiencia propia, los grandes cambios, las revoluciones – tal y como ocurrió con la de Jomeini - sólo ocurren  cuando el pueblo tiene hambre y simultáneamente ha perdido el miedo al poder que lo subyuga.

Hoy en Irán los iraníes tienen qué llevarse a la boca y no han perdido el miedo.

 

Resulta paradójico que los hijos de aquellos que besaban los zapatos de Rheza Pahlevi, el último Sha de Persia,  o de los que con tanto ahínco se esforzaron en derribar una tras otra los centenares de efigies suyas repartidas por todo el país, deban convivir hoy con los miles de retratos de Ruhollah Musaví Jomeini o de su sucesor, el actual líder supremo, Alí Jamenei que inundan el Irán actual.

Y es que Irán, paradigma de teocracia moderna, vive  bajo la sombra de quien en 1979 regresara de su exilio en París para dar por finalizados años de despilfarro, de corrupción y  de terror de la dinastía Pahlevi instaurando La República Islámica de Irán.

 

Cuando el 1 de febrero de ese año el pueblo iraní acogía con auténtico júbilo el regreso de Jomeini  no hacía más que expresar su esperanza en una vida digna y, quizás,  de recuperar una identidad perdida. 

La respuesta a  cómo se han visto satisfechas esas esperanzas y a cuáles han sido las consecuencias de su regreso está, parafraseando al gran Dylan, “flotando en el viento”. Sólo hay que tener voluntad de escucharlo.

    II. LOS CHIITAS IRANÍES Y SU FERVOR RELIGIOSO

Él se esforzaba en conseguir un buen encuadre para la foto, ellas, ajenas a los esfuerzos del padre, miraban boquiabiertas la infinidad de historias bíblicas relatadas desde el suelo a la cúpula en una policromía que recuerda a la de los monasterios ortodoxos etíopes pero con una calidad pictórica muy superior.

La escena pasaría desapercibida  de no ser porque sucedió – sucede cada día- en  Vank Church la catedral cristiana de Jolfa en el barrio armenio de Isfahán y porque la familia  en cuestión profesa la rama chiita del islam a tenor de los  impecables chadores que ellas vestían y que apenas dejaban ver algo más que sus blancos rostros. Nacieron chiitas y no tendrán, en absoluto, manera legal de elegir una nueva religión si así lo desearan.

Las casualidades de la vida hicieron que al día siguiente coincidiera con la misma familia en la madraza Chahar Bagh con motivo de la oración del viernes.

En esta ocasión las cosas sucedieron de forma algo distinta, ellas junto a otros dos centenares de mujeres, todas ellas con chador negro, en el patio exterior, él en el interior de la propia madraza junto al resto de hombres. Todos ellos, devotos practicantes, comparten  momentos de gran carga emocional e incluso de éxtasis individual y colectivo que refuerzan hasta el infinito la conciencia de pertenencia a un grupo, hecho que, sin lugar a dudas, constituye una las fortalezas del pueblo iraní.

Unos días antes, acabé por casualidad en lo que sin duda era un recinto sagrado. Pero mientras unos feligreses rezaban en silencio o frotaban sus manos contra la tumba de algún mártir, otro grupo de hombres charlaba alegremente alrededor de unos tés y unos exquisitos dátiles que inmediatamente pude saborear. Al cabo de una hora, después de unas larguísimas presentaciones, uno de ellos me agarró del brazo, me llevó a una esquina, asegurándose con la mirada de que estábamos en un ángulo muerto de las cámaras de seguridad, para hacerme inconfesables revelaciones sobre su idea del actual régimen político.

Tomé un último té y mientras me alejaba  tuve que esforzarme en pensar que no había participado en una reunión cualquiera de unos amigos en el bar de la esquina. En realidad era el mausoleo Shahzade-ye Ibrahim de Kashan. Seguramente para ellos sí era el mausoleo de la esquina.

Pensar que el fenómeno del chiismo en Irán es obra y gracia del ayatolá Jomeini y su revolución del 79 es una ingenuidad. A finales del siglo X la práctica totalidad de persas eran ya musulmanes pero abrazando el chiismo como una forma de rebelión y supervivencia frente  a los invasores árabes sunitas que conquistaron Persia.

Cuna del zoroastrismo, la más antigua de las religiones de credo reveladas, e islamizado por los árabes hacia el 636 d.C., Irán fue convertido oficialmente  al chiismo  duodecimano  por el primer Sha Ismail I de la dinastía  safawí en 1502 que ya en aquel entonces instauró el primer gobierno teocrático del país.

 

La rama chiíta del islam confiere a Irán  su particular forma de ser y explica  gran parte de su historia pasada y reciente: Los chiitas rechazan el poder de los califas (sunitas), apenas toleran otro poder que no provenga de sus imanes  y tienen una inquebrantable fe en que el duodécimo imam, muerto violentamente  como todos los anteriores,  regresará para anunciar el fin del mundo.

Y es con esta fe, su verdadera fuente de fuerza espiritual,  con la que viven, con la que se emocionan y lloran y por la que mueren si es necesario.

Considerados por los sunitas como una rama herética del islam, no han dejado de producir nuevas interpretaciones del Corán y en sus estudios incluyen  a filósofos como Aristóteles o Platón pues consideran que  la razón humana es fuente divina; una herejía para los sunitas.

Y para acoger a todos estos sentimientos está la mezquita. La mezquita iraní es mucho más que la plasmación de una gloriosa arquitectura, mucho más que  un centro de oración; es sobre todo un territorio vedado al poder laico, es un lugar de refugio en tiempos difíciles como lo fueron los del reinado de Sha y el escenario para una animada vida social,  cultural y paradójicamente política.

    III. BAZAR, VIDA PRIVADA VIDA PÚBLICA EN EL IRÁN POST KHOMEINI

Benhaz insistió en quedar con su amigo  a unas  horas que a mí me parecieron muy tardías. Supuse que era una manera de evitar miradas indiscretas y por lo tanto problemas. Una vez en el coche pasamos a recoger a su hermana Bahar y a su sobrina Nila.

Sabía que no debía dar la mano a Bahar ni mucho menos un par de besos, así es que me limité desde la posición de copiloto  a saludarla en farsi – khoshvaqtam- lo que provocó en ella una explosiva y franca sonrisa de inmediato.

Pasamos unas  horas bebiendo té y fumando “khelium” en lo que debían ser las estribaciones de alguna montaña a juzgar por el inusual frescor del ambiente. Ya entrada la media noche me dejaron  en el callejón que da al hotel y cuando me disponía a despedirme con las escasas frases aprendidas en farsi, Bahar -que debió intuir mis intenciones al ver cómo sacaba mi pequeña libreta de notas- se bajó del coche, me dio un fuerte abrazo y un par de besos y se subió de nuevo sin apenas darme tiempo a reaccionar.

Debió ver mi cara de sorpresa porque,  mientras se  alejaba, se rió a carcajada limpia mientras hacía la señal de victoria con su mano izquierda.

Días después, recorriendo los intrincados callejones del bazar de Kashán, recordé esa inesperada despedida. El bazar iraní es mucho más que un mercado, más que un laberinto de callejones y comercios. El bazar invisible está formado por una intrincada maraña de redes comerciales, políticas y religiosas  que han influido en los grandes acontecimientos de la historia reciente del país.

Había algo extraño en ese bazar que no lograba identificar, era algo más que los embriagantes olores a especias, más que los rayos solares colándose por las bóvedas, más que el incesante trasiego de mujeres vestidas con chador negro.

 Al mediodía, huyendo como siempre del sol abrasador, me había refugiado en unos antiguos baños públicos restaurados, donde lugareños y foráneos dejan pasar las horas fumando en pipa de agua o bebiendo té, los pasatiempos nacionales.

Revisaba mis notas de viaje entre café y café cuando de repente el enigma del bazar cayó como lo hace la fruta madura; acudieron a mí decenas de imágenes de mujeres vestidas con impecables chadores negros coqueteando con joyas y vestidos que jamás podrán lucir en público. Acabé entendiendo  lo que ya había visto con tanta insistencia en el gran bazar de Isfahán y que volví a ver en el de Kashán.

El significado de lo que tantas veces había tenido ante mis ojos sin entenderlo, lo desveló aquella despedida de Bahar días atrás: mientras se alejaba en el coche haciendo la señal de la victoria, debió pensar ¿Acaso no sabes que en Irán  vivimos dos vidas?

    IV. NAQSH-E  JAHAN  EL CENTRO DE LA MITAD DEL MUNDO 

Coincidí con Safouraz bajo el impresionante pórtico del palacio Ali Qapu huyendo del implacable sol del mediodía como el resto de isfahaníes. Su gran visera blanca le daba un raro aire sofisticado  pero bajo su chador negro apenas podía disimular su aspecto melancólico. Entre miradas furtivas a los enormes retratos de Alí Jamenei y del Imam Khomeini que teníamos encima, no tardó en esbozarme algunas pinceladas sobre su vida que bastaron para comprender que estaba marcada por irreversibles pérdidas personales.

Safouraz  soñaba peligrosamente con el paraíso y con sus mártires pero oyendo cómo hablaba de su ciudad comprendí  por qué los  isfahaníes dicen de ella que es la mitad del mundo: porque para igualar su belleza se necesita todo lo demás.

Era mi primer día en Naqsh-e Jahan; aún acarreaba la pesada carga de prejuicios con que los occidentales solemos juzgar al país. Quizás por ello,  recuerdo a la perfección cómo mis sentidos y emociones se focalizaban en dos concretos e irresistibles puntos que en ese momento se me antojaban contradictorios: chadores negros por doquier y la inesperada paz y armonía  que se respiraba, que se respira cada día, en ese lugar tan especial.

La entrada al gran bazar – la puerta  Qasarieh - al norte, la mezquita del Imam Khomeini al sur, la mezquita Loftollah  al este y al oeste el palacio Ali Qapu; todos ellos son mudos testigos de los avatares del pueblo isfahaní  más allá de periodos históricos, regímenes o revoluciones.

Con los primeros rayos de sol, Naqsh-e Jahan - la imagen del mundo en persa -  muestra, orgullosa, su excepcional arquitectura. Ocurre así desde que el Sha Abbas I El Grande trasladara la capital del imperio Persa  a Isfahán convirtiéndola en la urbe más bella del mundo musulmán. Aún hoy en día es una de las plazas más grandes jamás construida.

Cuando los últimos rayos de sol mantienen encendidos  los minaretes de la mezquita,  cuando los chorros de agua del estanque central se tornan llamaradas de fuego y cuando las sombras de los chadores se alargan sobre el suelo compitiendo en longitud con éstos, Naqsh-e Jahan  es el centro de la mitad del mundo.

En el centro de la mitad del mundo - en el Irán actual - , si eres mujer,  puedes ser “ chadoríi ” , “hiyabi” o “ mantoíi ” . Decenas y decenas  de chadores negros portados - por convencimiento o con resignación - con un cierto aire de elegancia, y otros tantos  vestidos de corte occidental pero siempre acompañados de pantalón y rematados con pañuelo en la cabeza inundan la plaza produciendo una extraña sensación.

Allí, diariamente se congregan jóvenes volando cometas o jugando al voleibol, niños remojándose en el inmenso estanque central bajo la atenta mirada de sus madres, chicas adolescentes pasando el tiempo entre selfies, risas nerviosas y sueños de futuro, parejas de enamorados prometiéndose amor eterno y sobre todo decenas de familias haciendo picnic  en torno a un termo de té o a una canasta de fruta.

Todos ellos configuran un puzle humano que se renueva cada día pero que siempre gira en torno al núcleo esencial de la sociedad iraní: la familia.

Naqsh-e Jahan es la perfecta metáfora de Irán en el mundo, es la materialización perfecta de la cualidad que más nos caracteriza como especie: nuestra tenacidad y capacidad de supervivencia incluso en las situaciones más adversas.

Último día en Isfahán, última noche en Naqsh-e Jahan que aprovecho hasta bien entrada la madrugada. Mientras me dirijo al hotel sorteando transeúntes, coches de caballos, motos y cambistas que parecen turnarse para mantener la calle permanentemente ocupada, caigo en la cuenta de que es la hora de pensar en el siguiente destino.

Miro hacia atrás mientras pienso para mis adentros “volveré a la mitad del mundo”.

    V. KHAJU: HISTORIAS DE UN PUENTE SECO

Pasaron gran parte de la mañana situadas estratégicamente en la entrada norte del puente, su estática posición, sus chadores negros y sus gafas con cristales tintados las hacían inconfundibles, eran una pareja de la temida “Gashte Ershad” , la policía femenina guardiana de las buenas costumbres.

Las mujeres más veteranas  parecían tener un sentido especial para detectarlas y con gestos de hartazgo y resignación se recolocaban el hiyab antes de cruzarse con ellas; las jóvenes adolescentes, absortas en su propio mundo, eran casi siempre sorprendidas y, con gestos de sumisa resignación, recibían la educada amonestación  para que cubrieran su cabello debajo del hiyab.

En el ocaso, hacía ya un par de horas que los cánticos de los juglares resonaban entre las bóvedas del nivel inferior del puente; de repente, de forma imperceptible, ese ambiente de sosiego y euforia colectiva se transformó en una monumental algarada provocada por un individuo impecablemente vestido que  afeó la conducta del juglar.

Temiendo que el individuo fuera un policía secreto del régimen me alejé prudentemente de la escena, pero media hora más tarde, cuando observé que era literalmente arrinconado por la muchedumbre, me acerqué a uno de los cabecillas que con menos disimulo le había plantado cara - y que horas atrás me había  instruido sobre la importancia de la poesía de Hafiz en la cultura persa-  para interesarme por lo ocurrido.

Me mostró sus arrugas, me señaló su bíceps derecho y, con cara de hartazgo y ojos acuosos  por la rabia contenida,  me dijo literalmente “he tenido que pasar muchas penalidades en mi vida para que ahora venga la gente de mente estrecha a decirme lo que puedo y no puedo cantar”. Se dio la vuelta mirando al individuo y, con amplia sonrisa y gesto de satisfacción más propios de un adolescente victorioso, comenzó a canturrear en inglés probablemente para que yo lo entendiera “Soy feliz, soy feliz, soy feliz, quiero vivir con alegría, soy feliz, soy feliz”.

El puente Khaju construido de piedra y ladrillo durante el mandato del  Shah Abbas II alrededor de 1650, con sus 127 m de longitud es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura persa. Pero en la actualidad los isfahaníes comparten por  bluetooth videos de un pasado esplendor en el que aguas  verde azuladas transcurrían plácidamente bajo él. Lamentan con resignación la pérdida total del caudal del río Zayandeh durante 11 meses al año debido a lejanas políticas hidráulicas decididas en Teherán.

Como una inmensa y espectacular colmena va alojando desde el alba al ocaso a decenas de actores que, sin pretenderlo, representan a diario una obra con guión no escrito. Juglares espontáneos, familias que se cobijan del insoportable sol, solitarios de todo tipo que buscan compañía anónima o enamorados. Se dice que no hay pareja  en Isfahán que no haya buscado un cierto atisbo de  intimidad bajo la sombra de algún recóndito arco de esta espectacular construcción de la dinastía safawí sorteando las miradas escrutadores de policía y de las propias “Gashte Ershad”.

Paradojas del destino, el puente Khaju, privado ya de su hidráulica razón de existir, ha sido convertido por los isfahaníes  en el singular escenario del teatro de sus vidas.

    VI. YAZD Y KASHAN DOS OASIS EN DASHT E KAVIR

Coincidimos  en la cola de entrada del tren nocturno con destino  a Yazd y aprovechó el primer contacto visual para decirme “Welcome  to  Iran”. Un par de horas después apareció en mi vagón con dátiles acompañado por su madre, una joven iraní vestida al estilo hiyabi  que se esmeraba en grabar la escena como si se tratara del documental de su vida.

Dos días después me encontraba de picnic con toda su familia  y, mientras sus padres se esmeraban en ser unos excelentes anfitriones, su hermano adolescente rebosante de curiosidad y energía vital me susurró al oído:

- ¿Sabe usted que en mi país no hay libertad? 

- Le contesté a la gallega diciéndole  ¿qué piensan tus padres de esto? Lanzó una mirada alrededor,  como quien necesita comprobar que nadie está en la conversación, y me contestó con cara de satisfacción: Lo mismo que yo.

A la mañana siguiente recibí un sms: “Por favor no comente con nadie nuestro encuentro de anoche y mucho menos de lo que allí se habló porque en mi país no tenemos permitido cenar con turistas por razones de seguridad”

Tanto Yazd como Kashan surgen como milagros insospechados en las estribaciones occidentales del desierto persa; de historia milenaria fueron durante mucho tiempo  la última parada de las caravanas antes de internarse en el desolador desierto Dahst e Kavir.

Aún conservan la arquitectura milenaria de “Sabbats” - estrechos callejones de adobe - y “Bagdirs”         - torres de ventilación combinadas con depósitos de agua subterráneos -  que Marco Polo vio en uno de sus viajes en 1272 y que hacen soportable un riguroso clima que oscila entre más de 40º C  en verano y -8º C en invierno.

Conservan también ese modo de vida alejado del trajín de las grandes urbes y apegado a las tradiciones y a la estricta ortodoxia de la sharía. Aquí, en el desierto iraní,  la proporción de mujeres “chadoríi” es aplastante y es prácticamente imposible encontrarse con esas valientes que abundan en Teherán y otras grandes ciudades que, en un atrevido acto de rebeldía, dejar caer su hiyab mostrando su cabello y desafiando al régimen.

Iba yo recordando días después el sorpresivo sms de Aboolfazl mientras recorría el barrio antiguo de  Kashan huyendo del sol abrasador; era mediodía y aunque iba literalmente rozando la pared de adobe  tuve que refugiarme en el hueco de una puerta para que el coche pudiera avanzar lentamente por el “Sabbat”. Al llegar a mi altura, el coche se detuvo empotrándome literalmente entre las dos puertas la de la casa y la del propio coche. Se bajaron las dos ventanillas de las que salieron tres voces que al unísono dijeron “Welcome to Irán”. Inmediatamente la hija adolescente, vestida con chador igual que su madre, tomó la iniciativa y me pidió de manera exquisitamente educada que les acompañara a su casa a comer: “You are our guest, please…”.

Es difícil olvidar sus caras de frustración cuando, al final, entendieron que me era del todo  imposible al estar a escasas horas de salir para mi siguiente destino.

Me despedí dándoles las gracias y deseándoles un buen día: “Sepas go Sharam” “Ruz khubi dastec basid”. Sus caras se iluminaron de nuevo con un gesto mezcla de sorpresa y extrañeza.

VII: BANDAR E ANZALI: LA ALARGADA SOMBRA DE LOS CHADORES

 

Casi sin darme cuenta me encontraba fumando “khelium” con unos pescadores en alguno de los muchos bares de la calle Mirza Kouchak Khan, algo realmente difícil de ver la mayoría de ciudades del país. Como viene ocurriendo desde siglos, habían tenido lugar decenas de subastas del pescado capturado la noche anterior.

Mientras escuchaba el borboteo de la pipa de agua, sonreí sorprendido al observar el brazo totalmente tatuado de uno de ellos; en tono algo arrogante, me devolvió la sonrisa mientras se levantaba la manga para dejar al descubierto un burdo tatuaje de una chica totalmente desnuda. Hice un pequeño movimiento para enfocar mi cámara, pero él me detuvo bruscamente: No hagas una foto de esto, está prohibido.

De vuelta al hotel, las palabras del joven pescador me hicieron recordar lo que días atrás había presenciado en Anzali Beach.

Observaban, como estatuas, las olas del Caspio, debían ser del interior del país a juzgar por sus caras de júbilo. Agrupadas en fila única bajo unas sombrillas que eran ya inútiles por la posición del sol, observaban cómo un grupo de tres chicas jóvenes disfrutaban del oleaje a pesar del enorme peso de su ropa empapada.

 De forma inesperada, un dedo acusador y unos pitidos interrumpieron la escena; provenían de un grupo de mujeres vestidas con chador integral y viseras blancas. Al parecer, el hijab empapado en agua de alguna de las chicas, le había salido contrarrevolucionario enseñando más cabellera de lo permitido. Me sorprendió la mansedumbre de las chicas y del prometido de una de ellas que observaba la escena desde la arena haciéndole efusivas señales para que se lo subiera.

 

Por un momento creí estar de nuevo en la entrada norte del puente Khaju de Isfahán donde las “Gashte Ershad”  velan por el cumplimiento de la sharia.

Al día siguiente, y de nuevo en Mirza Kouchak Khan,  pasé un buen rato jugando una partida de billar con un antiguo capitán, ya jubilado,  de la marina iraní y una nutrida cohorte de público. Mientras  el marino admitía a regañadientes mi victoria, sin duda la suerte del principiante, me interesé por la extraña ubicación de la sala, a modo de palafito, en la trastienda de uno de los bares de la ciudad portuaria. Con un gesto, mezcla de  hartazgo e impotencia,  me dijo que eso era así porque el juego no está permitido en Irán.

Demasiadas prohibiciones en mi país, sentenció finalmente en voz baja.

VIII: IRANÍES . HIJOS DE LA REVOLUCIÓN

Sabía que podía entrar y tirar todas las fotos que quisiera. Los iraníes, para los que las mezquitas son mucho más que un sitio de oración, no sólo te permiten entrar en ellas, sino que te invitan a compartir con ellos hasta los más privados momentos de oración.

 

Aun así, me mantenía discretamente bajo el umbral de la puerta de la mezquita Azam Korsi de Kashan observando cómo los feligreses, todos hombres, elevaban sus plegarias vespertinas. Repentinamente un hombre de mediana edad me invitó efusivamente a entrar diciéndome con su cara que algo importante me estaba perdiendo allí afuera. Ante mi reticencia me pidió una foto junto al que parecía ser su padre. Finalmente me agarró de los hombros mientras me daba cuatro besos, dos y dos, como los de las abuelas de toda la vida.

Poco antes, mientras paseaba por los alrededores de la mezquita, se me acercó un adolescente subido en una bici cuyo paso aminoró para entablar conversación. Mientras me lanzaba, una tras otra, preguntas sobre mi país y se interesaba por mi opinión sobre el suyo, se le acercó un hombre maduro de aspecto más bien desaliñado que de manera amable y condescendiente le susurró algo al oído. El hombre y se alejó rápidamente disculpándose por la interrupción. Inmediatamente, el joven, avergonzado, se bajó de la bici pidiéndome disculpas por no haberlo hecho antes.

Este joven era muy diferente a los que me encontré días después en Khaju Brigde en Isfahán. De forma totalmente desconocida por mí hasta el momento, su comportamiento fue desafiante y su actitud burlona. Decidido a cortar por lo sano me dirigí al que parecía ser el líder del grupo y le dije en tono exageradamente serio: hasta donde yo sé los iraníes sois gente amable y educada y vosotros me estáis molestando. Automáticamente sus cuatro colegas lo agarraron de los brazos pidiéndome disculpas mientras lo alejaban.

Encuentros como éstos se suceden uno tras otro, día tras día, en el Irán actual.

Encuentros como estos corroboran la simple idea de que un país es grande, no por sus paisajes extraordinarios, ni por su impresionante arquitectura, ni por su cultura milenaria, ni siquiera por el régimen político del momento o por sus líderes. Sin su gente, todos son desiertos emocionales.

IX: CONVERSACIONES CON MOLANA

Soy hierro resistiendo el imán más fuerte que hay.

Lo escribió en el siglo XIII uno de los grandes poetas y místicos sufís de origen persa, autor del Masnavi-ye Manavi conocido como el Corán Persa e inspirador de los derviches giróvagos , paradójicamente prohibidos en el Irán actual.

Todos ellos nacieron dentro de la actual República Islámica de Irán y pudieron elegir alabanzas a la primavera o a los almendros en flor. Pudieron elegir hablar de la unión mística con el Ser Supremo, de la emoción del amor humano o elogiar la música y la danza como el camino para alcanzar el éxtasis. Pero eligieron, a veces con valentía, a veces con temor, hablar de dolor, miedo, de muros, de resistencia, de libertad y de esperanza

Y es que la poesía de Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī más conocido como Molana transciende sus orígenes y su tiempo, nos pone a cada uno de nosotros frente al espejo y, como un tímido pero potente rayo de luz, nos alerta de forma exquisita de los peligros de la autocomplacencia porque solemos juzgar los muros del otro como su prisión y los propios como nuestra fortaleza.

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